Llego al prado y descubro que uno de mis caballos está tirado panza arriba en un reguero junto a la valla. No se que ha podido ocurrir. Habrá sido por la noche. Por la tarde estuve allí y todo estaba correcto. No tiene heridas visibles.
Le pongo la cabezada e intento tirar de él para que se levante. El caballo no puede moverse. Tras un buen rato intentándolo, desisto.
No se que hacer.
Llevo poco tiempo montando y nunca me he tenido que enfrentar a una situación como esta. Creo que debo llamar a alguien con más experiencia que me pueda guiar sobre como solucionar el problema.
Llamo a Ángel de Grajera. No me coge el teléfono. Estará ocupado.
Llamo a Javi de Riaza. Me coge. Le cuento lo que pasa. Me dice que a él le ha ocurrido varias veces. Me recomienda que le de agua al caballo, que estará deshidratado del esfuerzo intentando salir de la trampa y que intente sacarlo utilizando el cabestrante del coche. Me avisa que si no lo consigo más o menos rápido el caballo puede morir o puede tener lesiones serias.
Estoy bastante nervioso, pero tengo que intentar solucionar el problema. Vuelvo al pueblo a por el coche.
Me devuelve la llamada Ángel. Le digo que estoy yendo a por la pick-up para intentar rescatar al caballo tirado en una torrentera. Me dice que viene a ayudarme.
Saco el coche del garaje y vuelvo al prado.
Aparecen Ángel y su hermano Miguel.
Damos agua al caballo, que bebe con ansia. Destinamos unos minutos a analizar la situación y pensar la mejor manera de moverlo. El caballo tiene completamente dormida la mitad del cuerpo sobre el que está apoyado. Debe de llevar horas en esa postura, en plena helada nocturna. No tiene buena pinta.
Primero vamos a intentar sacarle del arroyo. Atamos una soga a la mano y pie derechos (sobre los que está tumbado), para llevarle hasta el borde. El cabestrante del coche hace bien su trabajo. Pasamos la soga por el debajo del cuerpo a la altura de la cruz que servirá de apoyo. Con un poco más de dificultad, conseguimos arrástralo fuera de la verguera. El caballo se queja y tira coces.
Entonces queda tumbado. No se puede mover.
Le damos la vuelta, atando de nuevo la soga a las patas, entre el menudillo y el casco. Comenzamos a mover las patas dormidas y a darle masajes en los músculos con contundencia. No para de beber agua. De repente comienza a orinar y a estercolar. En la postura que estaba atrapado no podía hacerlo y estaba a punto de explotar. Se pone a comer la hierba que le queda a tiro, junto a su cabeza.
Cuenta Ángel que el caballo tiene que recuperar el riego sanguíneo y que va a pasar un rato antes de poder sujetarse de pie.
Poco a poco, se va incorporando y queda sentado sobre sus patas. Come con voracidad toda la hierba que hay alrededor. Sigue bebiendo todo el agua que le damos.
De repente, se intenta levantar, y según lo consigue cae a plomo sobre el lado derecho, el que tiene dormido.
Pasa como una hora más. Tiene mejor aspecto. Le llamo, tiro suave del ramal y el caballo se levanta. Tras estar un rato haciendo equilibrios, comienza a dar pequeños pasos. Durante un buen rato le movemos muy despacio. Va recuperando lentamente el tono muscular.
Ponemos rumbo al pueblo, a dos kilómetros de donde estamos. En el camino, el caballo se cae una vez más, pero rápidamente se levanta sin ayuda.
Conseguimos llegar a la cuadra, donde le damos una buena ración de pienso y más agua. El caballo se ha salvado. Está eufórico, trata de relinchar, pero ni siquiera puede de lo cansado que está.
Ha sido un rescate en toda regla. Si no llega a ser por la ayuda de otros caballistas, probablemente, el caballo hubiera muerto.
Cada día que estas con los caballos se aprende algo. Como en casi todo en la vida, la experiencia es un grado y la cooperación se convierte en algo vital. Una red de voluntarios para asistencia de emergencias ante accidentes de este tipo o similarespodría ser una buena idea. Es tan sencillo de montar, como posicionar a los voluntarios y sus móviles de contacto en un mapa en internet.
Os dejamos algunas fotos del rescate.
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