martes, 22 de septiembre de 2020

Los caminos del sosiego. Capítulo 3: La ruta de las campanas mágicas

 Desde hace dos días, mi compañero, después de ensillar, trabajó a caballo sin estribos, al paso y al trote, con una yegua torda que galopa muy bien en corto. En este aire, el último día se acopló inmediatamente, descubriendo su comodidad en este animal.

Aprendió a bajar del caballo y a llevarlo del ramal, agarrando con su mano derecha el ronzal, cerca de la barbilla de éste y con la izquierda el resto del cabo.

A la hora de portar los elementos o atalaje del animal es importante tener la habilidad suficiente para no tropezar, ni ensuciar los elementos que se nos descuelguen del conjunto.

La practica nos dará la maña y el sentido común suficiente para adivinar que sino podemos trasladar todas las cosa al mismo tiempo, siempre podemos hacer dos viajes.

Supo quitarle la montura y llevarlo a su cuadra para que allí descanse.

Hoy, por un camino rápido, trotaremos mucho y en algunos tramos ascendentes y rectos, seguiremos practicando el galope.



Le explique tanto el galope a la mano derecha como a mano izquierda, creo que no me entendió, o él no supo referírmelo a mí de la misma forma yo se lo dije. Aunque se dio perfecta cuenta de la diferencia.

Cuando el caballo galopa hacia la derecha su pie y su mano de ese lado caen o tocan el suelo por delante de los del lado contrario o izquierdo. Y si el animal galopa a mano izquierda los miembros de este lado pisan mas lejos que los del contrario.

Me contestó.

Con esto me vale para que entendiera que es importante que si un caballo gira a un lado o a otro su galope ha de ser, el del lado al que va a doblar o esta curvando.

Por la puerta del Este, la inmediata pradera ancha hacia el Norte desciende muy suavemente enseñándonos una cerca hecha con cuatro alambres atados en algunos postes de hormigón mal hincados en el suelo, que nos acompañan hasta la Rotura, una dehesa plagada de junqueras y cardos, en estos momentos anegada casi toda por el agua de primavera, acarreada a este vallejo por los arroyos que vienen de nuestra izquierda.

Nos cuesta encontrar la senda entre el pasto flotante manchado de barro oscuro.

Sin perder el Norte los cascos de los caballos chapotean al paso sobre la hierba empapada.

En la fila que forman dos sauces jóvenes, protectores de un rosal silvestre tan alto como ellos, revolotean cuatro retoños de urraca volanderos para colocarse al otro lado de las ramas soleadas y alejarse de nuestras figuras.

Prestando atención, en el entramado espeso se ve la silueta redonda del nido donde fueran incubados.

Pájaros de su misma especie llaman nuestra atención desde el otro lado del prado, cerca de unos chopos negros.

Una inclinada ladera alta, con rojos arañazos hechos por el agua, hace de decorado para su teatral representación.



Parecen estar enfermos, dice Andrés.

Se lo hacen, le contesto. Así evitan que nos fijemos en sus crías.

El calor húmedo nos hace sudar a los cuatro, a la vez que entrecerramos los ojos para protegerlos de los insectos minúsculos que se topan en nuestras caras.

A la rana que se deja oír desde el cauce que discurre hacia el Sur por nuestra derecha no le faltará pitanza hoy.

Los caracoles esperan a la tarde para salir, después de la asegurada tormenta, de no se sabe dónde, trepando entre cardenchas, espinos, zarzas de perro y altas hierbas aun sin espigar, que vamos dejando atrás. Por momentos se ve crecer en esta absoluta calma, los cereales de las Suertes, que así se llama el llano paraje, ya bien medrados.

Cuando se acaba el prado se insinúan unos alambres de espino desparramados por el herboso suelo, que debieran estar sujetos a los postes tratados con creosota, puestos alrededor de la pradera.

Una vez cruzado el arroyo de nuestra derecha, nos descuidamos de esa trampa metálica y olvidamos dos caminos que salen del nuestro hacia la izquierda queriendo llevarnos a Fresno de la Fuente.

La vieja senda asciende por la pendiente, dentro de un tajo hecho por los caminantes y los años; y los caballos colaboran arrancando más tierra roja cuando suben al galope a la mojonera de Fresno, Grajera y Pajarejos.

Tomillos, aulagas, pocas chaparras, alguna mata de roble, muchas zarzas de escaramujo y, en su tiempo té, cantueso y más florecillas distintas a las de ahora, visten a la pobre ladera por la que ascendimos.

Los horizontes, desde aquí amplios, se ven empañados por una canícula translúcida por la que viajan a todas partes los ruidos nítidos, aprovechando la calma.

Pronto truena, le digo a Andrés.

Y él tararea: los pajaritos cantan, las nubes se levantan.

Efectivamente, trotando rumbo al Sudeste vemos cúmulos grandotes arropando ya al pico del Grado, desde un lugar donde sus majestades los robles, a la izquierda del camino, llevan viviendo muchos años.

Al otro lado, el barbecho descubre una tierra guijarreña y no muy fértil, roturada hace poco para sembrar cereal. Arrancados tocones grandotes muestran el porte de algún rey destronado de su feudo siempre verde. Ahora yacen convertidos en casas para lagartijas, en el borde de la senda.

De los que quedaron vivos se desprende el zumbido de los tábanos y los arrullos de las palomas torcaces enamoradas en sus nidos.

Cuando ponemos los caballos al paso, ante un montón de piedras que dejaremos a nuestra derecha, una comadreja se asusta de Andrés, que, perplejo, trota hacia ella impulsado por su curiosidad.

¿Qué comen? Me pregunta, encaminando a su caballo hacia Pajarejos, que se ve al Este.



Las comadrejas son carnívoras, los ratoncillos que pretendan esconderse entre las piedras o las pacas de esa pila gris que hay al lado, pueden ser su alimento, así como pajarillos e insectos; son unas efectivas cazadoras, muy simpáticas, para los de nuestro tamaño.

Por un sendero hundido por el trasiego dejamos atrás el cementerio ampliado y la gran cruz caliza y solitaria, que nos recibe invitándonos a pisar sobre el cemento tapizador del camino que nos lleva al pueblo.

El tío Aure, desde su huerto, se asoma para saludarnos, al mismo tiempo que Rufo, girando su audífono hacia nuestra altura, nos advierte del remojó con elevado tono de voz.



De la espadaña de la disfrazada iglesia románica, cuelgan dos campanas cetrinas que cuando suenan espantan a las nubes, le digo a Andrés.

No contesta y sigo hablando:

Cuando los vecinos de aquí presentían que una tormenta gorda iba a descargar sobre sus campos, con el permiso de su patrón, el del señor cura y un poco de permiso del alcalde, hacían repicar las campanas con fuerza. Entonces las nubes se repartían entre los campos de Cedillo de la Torre unas, y otras, en los de Grajera.

Las que marchaban a Cedillo descargaban agua y el granizo lo depositaban las que fueron a Grajera.

Los de mi pueblo quisieron hacer lo mismo con sus campanas y los correspondientes permisos, para mandarles las tormentas a Boceguillas y a Barbolla, pero no les funcionó.

Pienso que a veces hablo solo, por culpa del silencio de mi compañero.

En una puerta carretera que da a la plaza, bajo un rosal invadido por sus flores, una señora encorvada que hacía ganchillo en la sombra del exterior, nos mira mientras se sienta en el fresco interior de su cochera en penumbra.

¿Y hoy las van a tocar?, me pregunta una voz, sacándome de la plaza por una calle que se orienta al Este, lindera a una baja pared protectora de pequeños frutales bien cuidados, en su umbral.

Los gorriones alborotan en el tranquilo pueblo, junto al ruido de las herraduras que retumban en alguna pétrea pared sin revocar.

Desde una casa cubierta de negro, vemos la báscula pública cerca de la carretera que une Boceguillas con Bercimuel, ante la cual detenemos a los animales para asegurar nuestro pasar, dejando atrás un saúco nevado de flores.

Los eminentes chopos murmuran a nuestra espalda con las térmicas, mientras miramos al empinado cerro, donde nace un barranco que desciende paralelo a nuestro camino y al que asciendo galopando animoso, precedido de Andrés.



Aun no se sienta sobre los huesos isquión de la cadera.

Para aliviar el culo sé apoya, se sienta: sobre los estribos y no relaja la cintura, esto hace que en las transiciones sobre todo, se separe de la montura. A él le parece que sin razón.

Esto me ayuda a hacerle ponderar al ser vivo que lo porta, que siente y se cansa todavía, poco más que él.

Así percibe que el trote se hace el aire mas practico para el conjunto que componen caballo y jinete. No en vano este animal en libertad para sus largos desplazamientos usa el trote, el paso para deambular por un pequeño lugar mientras busca pasto y el galope lo emplea principalmente para huir.

Desde lo alto echamos la vista atrás, descubriendo dos sendas relegadas, una a cada lado de la ruta que llevamos.

Por la cañada del Campillo trotamos en dirección Sur, viendo cómo su margen derecha se hunde, erosionada por aguas que formarán cárcavas rojas y que hoy quieren taponar con escombros indiscretos.



De las matas de roble que en ellas crecen, se sirven las liebres para perderse en cuando son galgueadas.

En este campo tan llano de la izquierda. Le cuento a Andrés, a las liebres, que son como un conejo sólo que de color pardo en vez de gris y mucho más veloces, cuando el invierno tiñe de escarcha los terrones, se las intenta dar caza con lebreles, perros muy veloces, que algunas veces, dan alcance a las más lentas o menos astutas.

A la izquierda dejamos un cordel que nos llevaría a la cañada Real Soriana Occidental, entre campos de trigos verde oscuro, que ahora embrollan los correderos descritos.

Los ruidos del campo enmudecen mientras galopamos adivinando la dirección en la pradera, gastada por las ruedas de los tractores, que siguen pasando por donde pasaran un día los carros de estos pueblos y los ganados de otras tierras.

Nos reverencian al pasar hacia el Sudoeste las matas de roble cada vez más tupidas, con su sombra a estas horas escasa.

De las tierras labradas, nos va separando un reguerito al principio, que luego, en la curva del camino, se ensancha al descender, formando varias barrancas salpicadas de flores y tomillos, entre matas de roble escoltadas por otras de estepa, que descuelgan sus raíces por el borde vertical de la más profunda.

Con la segura referencia que nos da el pinar verde oscuro, que se ve detrás de Grajera, trotando hacia allí por la ligera pendiente del motonivelado camino, abandonamos el monte presintiendo en nuestra espalda la humedad pesada que trae la oscura tormenta, desde la ermita de Hontanares.

Antes de pisar el asfalto y cruzar el puente Nuevo, por la pradera y hacia nuestra izquierda, nos dirigimos, sin ruidos, entre el arroyo y los sembrados, en busca del Suroeste.

En al pradera el agua del torrentillo caprichoso describe una curva que el ganado ha de vadear para seguir pastando en ella. Cuando lo hacen nuestros caballos suenan los guijarros del fondo al chocar con sus cascos pesados.

Sólo el murmullo del agua se advierte en el puente de la carretera de Sequera que salvamos nosotros por encima y él por debajo.

El cuerpo de los caballos, como el de todos los animales y no mas, atrae la electricidad que pulula entre las nubes de la tormenta como auténticos para rayos ambulantes.

Siempre se creyó que el pelo de las caballerías atrae con mas intensidad a los rayos, que por ejemplo la lana del ganado ovino. No sé hasta que punto esto es cierto, aunque hay que observar que los caballos llevan los zapatos de metal y su pelaje es menos grasiento que el de las ovejas y esto favorece la conductividad a tierra de sea fuerza invisible y mágica que es la electricidad.

No hay estadísticas sobre esto por eso vamos a pensar que las descargas de las tormentas, no distinguen las especies animales. Solo perseguirán a su electricidad estática y a la estela o corriente de aire que describe o pudiéramos dejar los seres vivos cuando queremos escapar de esta amenaza.

No nos detenemos por estas reflexiones queriendo pensar que nos dará tiempo de hacer el recorrido, aunque reconozco el riesgo que nunca sé debe correr si se puede evitar.

En libertad los animales, intuyen los temporales de cada tipo e intensidad y se amparan en el ámbito de la forma mas adecuada para cada circunstancia.

Al horizonte de nuestra izquierda, lo pintan de plomo las inclemencias, borrando la silueta de la sierra, que ni con la luz intensísima del flash de un relámpago vemos.

Sólo el crujir de las monturas se siente, los pajarillos de ribera hasta hace un segundo gorjeaban y las ranas se oían, hasta los árboles grandotes parecen de piedra.

De la Berzosa hacia la derecha sale una senda de entre los juncos y la hierba, que sube al pueblo.

Al encaminar a los caballos hacia el falso verde del cuadrado del frontón, que se vio iluminadísimo hace un instante, el trueno seco y aplastante, nos estremece, a la vez que levanta de la carretera a media docena de palomas que remolonas se pierden en sus posaderos seguros, mientras los goterones de litro comienzan a llovernos nada más cruzarla nosotros.

Ya tocaron las campanas en Pajarejos, dice Andrés encogiéndose en la montura al ver la senda que desde el asfalto y por la orilla derecha del frontón, nos lleva a la cuadra bien mojados, pasando al galope entre desordenados desechos abandonados en medio del Salegar.

Si las hubieran tocado, le digo, en vez de calados, ahora seríamos apedreados por el granizo.

No, si les tendremos que dar las gracias encima, dice riéndose cuando desmonta de Isidra a su manera, y se encoge para evitar la gorda lluvia al entrar en la cuadra.


  

A los animales les secamos con la cuchilla de baño quitándoles la mayor parte del agua colgada en su corto pelo y les dejamos en la seca caballeriza oscurecida por la tromba casi opaca.

Las ropas de los caballos escurren dentro del guadarnés ventilado aunque al cuero lo pasamos un paño absorbente intentando aliviar su humedad.



viernes, 18 de septiembre de 2020

CLASES EXTRAESCOLARES DE EQUITACIÓN 2020-2021

 



Adaptados a las medidas exigidas por la situación derivada de la Covid 19, y agradecidos por poder seguir ofreciendo nuestra actividad: ya están aquí las clases extraescolares de equitación. Un año más, pasamos explicar las características que rigen las mismas:


Nuestras clases particulares van en busca de una serie de beneficios y ofrecen una variedad de contenido a trabajar por el alumnado, que podéis leer en esta entrada anterior.

BASES DE LAS CLASES EXTRAESCOLARES DE EQUITACIÓN EN LA HÍPICA:

Ofertamos clases de equitación adaptadas a nivel y edad de los participantes. 

Las edades recomendadas para estas clases son de 7 a 16 años.     *Si quisieran recibir clases personas con mayor o menor edad, podrán ponerse en contacto con nosotros y le ofreceremos las posibles opciones.

La duración de la clase será de 50 minutos, un día establecido a la semana.
El curso abarca de octubre a final de mayo, siguiendo en festivos, laborales y vacaciones, lo que marca el calendario escolar de Castilla y León. 

El horario de estas clases será de tarde, de 16 a 19 horas, de lunes a viernes. Se concretará en un día y una hora que venga bien a participantes y centro ecuestre.

El precio es de 50 euros mensuales, que se pagarán por adelantado a la persona encargada del cobro en el centro ecuestre La Hípica

Si tiene alguna duda, o necesita exponernos algún tipo de información o sugerencia, contacte con nosotros en el 696 613 777.

Muchas gracias.

martes, 11 de agosto de 2020

Capítulo 2: LA RUTA DE LOS MILANOS

 Casi a medio día se acerca Andrés a la cuadra.

Después de saludar me demanda su capricho: venía a montar a caballo, dice humilde. Comenzamos la tarea mirando lo que tenía colgado al sol: Dos monturas y una cabezada, que estaban desmontadas porque las había dado grasa.


Con el calor, le explico, el cuero absorbe mejor los aceites y luego pringa menos a la hora de trabajar con ello.


Andrés ve cómo monto la silla con las partes que la componen; con la cabezada de trabajo hago lo mismo.

Le pondrás tú a tu caballo su aparejada, le digo; después de ver cómo pongo yo al mío la suya. Él asiente.

En la yuntería su corcel tiene el cabezón de cuadra puesto y Andrés duda.

Le advierto que para salir de excursión al campo, es necesario llevar el cabezón o cabezada de cuadra, para poder amarrar al caballo en algún lugar aparente, a la hora de descansar, con una cuerda que también llevaríamos enredada en su cuello. Ponle sobre ésta la cabezada de trabajo.


Pese a que el animal es bajío, Andrés llega casi mal, porque el caballo no coopera demasiado. Al fin lo consigue con mi ayuda. Es la primera vez que lo hace.

Con la silla o montura se apaña mejor; creí yo lo contrario. Al cinchar, le ayudo también; todavía le falta maña para hacer estos menesteres, que son una complicación para un novicio.

En el picadero, le empujo sobre la montura sin más y le acoplo los estribos. Otro día aprenderás a subir y a colocarte los estribos tú solo le digo.

Ni me contesta. Impulsa a su caballejo castaño con decisión, apartándose de mí.

Durante el camino vamos a aprender a trotar elevándonos, le advierto.

Le mando ponerse de pie en los estribos agarrándose con una mano a la montura después de sujetar las riendas con la otra.

Cuando está arriba, le explico que el caballo al trotar, salta de un bípedo diagonal a otro; o sea de la mano izquierda y pata derecha, a la mano derecha y pata izquierda y así sucesivamente. Al saltar, el animal nos eleva con él.

Como pesa más que nosotros, cae antes, entonces al dar otro tranco o paso y volverse a elevar, nos pilla bajando a nosotros, mientras él esta subiendo, con lo cual nos topamos contra su dorso.


A todo esto, Andrés está haciendo bárbaros esfuerzos para mantener el equilibrio y posición forzada, para la que no está preparado. Así que le mando sentarse.

Para evitar ésto, has de dejarte impulsar hacia arriba y adelante cuando el caballo dé un tranco sobre una diagonal, por ejemplo: la mano derecha y la pata izquierda, manteniéndote elevado sobre los estribos y presionando con las rodillas en los faldones de la montura, cuando está dando otro tranco sobre la otra diagonal, la mano izquierda y la pata derecha. Así, cuando el caballo se eleve, no te topará porque tú estás arriba; después te dejas caer con él, que absorberá tu descenso suavemente con la diagonal que te impulsó.

Esto has de hacerlo repetidamente y al ritmo que te imponga el animal que montes.

No sé si ha escuchado algo de lo que le he dicho.

Mientras, me han traído a mi caballo tordo, al cual monto requiriendo la atención de mi compañero para que vea mi maña.

Por la puerta Oeste de la finca encontramos la carretera de Fresno de la Fuente, que atravesamos siguiendo por un camino pedregoso hacia un pinar ya crecidito.

Antes, dejamos a la derecha lo que fue una pradera, pobre en hierba en el verano, pero rica en setas de cardo, gamones, quitameriendas, etc., en su tiempo. Ahora se ha convertido en una escombrera mal disimulada.

A nuestra izquierda los campos de cereal esconden codornices a las que delata su reclamo.

Comienzo a trotar, para que me siga el caballo de Andrés. Me pongo de pie en los estribos y le invito a Andrés a que imite mi pose. Le cuesta mucho.

Le pregunto: ¿Me escuchaste lo que te dije antes en la pista?.

Él medio asiente.


Mírame y haz tú lo mismo, le digo: Acuérdate de que es el caballo el que te impulsa arriba y adelante.

Sí, y yo me mantengo hasta que dé otro paso para caer con él, contesta entre jadeos.

Hemos llegado a una bifurcación del camino y escogemos la que nos mete entre los pinos. Es un camino con las piedras sumergidas en el piso duro.

Los pinochos, con pocas hojas en sus ramas debido a que, hace ya dos años, se comieron las orugas todas las que tenían, nos enseñan el paisaje donde viven.

Un pájaro carpintero cruza con sus colores el camino.

Andrés anda cogiendo el ritmo del trote.

Le cuento que lo que ve ahora sembrado de pinos, hace treinta y cinco años era una pradera como la que vimos antes a su alrededor. Aquí había un campo de aviación.

¿Te acuerdas de ese hoyo alargado que vimos a la izquierda del camino, después de pasar la escombrera?.

Pues eso era un nido de ametralladoras en la época de la guerra civil. Servía para defender el aeropuerto. Hay varios alrededor del pinar. Unos son redondos y parecen cráteres. Cuando son así, siempre hay tres juntos y formando un triángulo.

Las zanjas alargadas tienen forma de uve.

A nuestra derecha hay una cruz de hormigón grabada en el suelo, entre los pinos, que desde aquí no se ve. Desde el aire se debe distinguir aún con una determinada orientación, que servía a los pilotos para aterrizar.

Ponemos al paso a nuestros caballos justo en el otro extremo del pinar.


Más adelante hay una finca mal cercada con cuatro alambres de espino en algunos sitios sujetos en postes de cemento, que encierran un campo de vigorosa avena. Por donde les faltan los alambres a los pilotes, le presto especial atención al camino para evitarlos, por si estuvieran en el suelo. Las ovejas, al enrredárseles en su lana, a veces les atraviesan en la pista haciéndolos peligrosos para las patas de los caballos y de otros animales.

Por el corta fuegos en que se ha convertido nuestra senda volvemos a trotar rodeando el pinar, raquítico en esta zona a causa seguramente de lo pobre y seco de la tierra en que estamos. Los caballos malpisan muchas veces entre los guijarros.

El toro de España en el Oeste parece que se va a venir.

De pequeño decía mi padre: Mira el toro cómo te mira.

Ahora más negro que antes sigue mirándome.

Así le digo yo a Andrés. Y dice él: pues es verdad, todavía nos sigue mirando y eso que le hemos dejado a nuestra espalda.

Dando la vuelta al pinar tomamos rumbo Sudeste. Estamos en Las Cuestas, le digo, a 1.045m. de altura sobre el nivel del mar, justo en la linde de los términos municipales de Fresno de la Fuente y Grajera. Mira, un milano real. Casi encima de la autovía se le ve planeando.

Hacia el Oeste, mas allá de la carretera que une Madrid con Burgos, se extienden campos de cereal y barbecheras hasta los cerros de los Navares y Sepúlveda. Muchos son los pueblos que desde aquí se ven.

Pronto saldremos al borde del pinar con los caballos al trote; desde aquí, al paso, atravesamos una pradera que se desmorona a la derecha en varias barrancas o cavenes arcillosas. Entre ellas hacen sus casas los conejos y el zorro, le digo a Andrés.


Por abajo, las zarzas, en los regueros ya más encauzados, delimitan algunas parcelas.

A lo lejos, hacia el mediodía, entre la autovía y una pradera estrecha que baja con el arroyo y parece sembrada de zarzas y espinos bastante creciditos, se ve la cañada real Segoviana, o lo que queda de ella. Viene desde los términos, de Aldea Nueva del Campanario y Boceguillas, allí bien conservada, cruza un cordel que se pierde de vista debajo de la carretera y, ya estrechita, en el puente de Carre Burgos, que así se llama ese sitio, se convierte en autovía.

Dos grajos levantan el vuelo de un muladar y, seguido, un buitre les imita con torpeza. Andrés se asombra.

De al lado de un pellejo de ovino salen otros dos; los caballos, impávidos, están acostumbrados a verlos. Qué grandes, dice Andrés. Le explico que desde siempre, a este lugar se han traído los cadáveres de los animales.


A los buitres, grajos, milanos, grajillas, urracas, alimoches, etc. se les ve

a menudo aquí. Si te fijas en la ladera, verás cantidad de huesos de todos los tamaños y formas.

Los milanos, cuando viene el viento del Oeste más fuerte que ahora, parecen colgados del cielo, como si fueran pájaros de papel.

Marcada en la pradera, una senda de tractores nos hace bajar con cuidado a un bosquecillo de roble. Aún recuerdo, le hablo a Andrés, los ejemplares de estos árboles que había en este paraje. Si te fijas quedan los tocones para que te des una idea de lo gruesos que eran. Alrededor de las plataformas de madera aserrada, crecen los retoños de quejigos y roble Algunas chaparras en la ladera viven mezcladas con zarzas, espinos y fresnos más abajo. A éstos es raro verlos tan desarrollados en otro lugar del municipio. Varios lagartos, que por el ruido no me parecen muy grandes, se escondieron en la hojarasca seca que quedó atrapada en el matorral cuando pasamos.

Vamos por el borde derecho de la Dehesilla y alcanzamos a oír los ruidos de una charca repleta de ranas; no la vemos porque al llegar a un camino más marcado, lo tomamos en dirección Sudoeste. Es el cordel de ganados que vimos cruzarse con la cañada y luego perderse por debajo de la autovía.

Al trote coronamos un cerrete para ver parte del itinerario que nos queda.


El camino de tierra marrón desciende suavecito hasta el calvero, donde las aulagas de nuestra izquierda evitan la erosión de la cuneta ancha y blancuzca. En el otro lado una madriguera sorprende a Andrés. Nunca he sido capaz de verlo, le digo, pero sé que ahí vive una familia de tejones, escondidos en un laberinto de galerías.

Al cruzar el arroyo de la Chiva, trotamos ahora rumbo Sudeste, por una alfombra de flores amarillas y blancas. A los rosales silvestres y espinos grandotes los vamos esquivando, mientras la tupida hierba y los cardos borriqueros aún bajitos, amortiguan el choque de los cascos de los caballos contra el suelo, enmudeciéndolos. Es uno de mis caminos silenciosos.

Desde la mojonera de Grajera y Aldea Nueva Del Campanario, pueblo al que vemos en nuestro derrotero, vamos hasta la carretera. A la dehesa empradecida, la convirtieron en campo para cereal. Al arroyo lejano de nuestra izquierda, lo tenemos arropado por sauces y zarzas de moras.

Mira, le digo a Andrés: Debajo de aquellos árboles mana la fuente del Rodrigo, un pocín en el barro que limpiaba Claudio antes de jubilarse; en una rama siempre tenía un bote reluciente para beber el agua con él.

Cuando vemos el asfalto, con los caballos al paso nos desviamos hacia el Nordeste para cruzar el arroyo y pasar pegaditos al tocón de un sauce arrancado hace años y luego al testamento de mal gusto legado por los políticos de Boceguillas a este valle limpio, para la cesión de basuras de las comunidades vecinas.

La iglesia de Grajera rodeada de verde oscuro, nos manda ir hacia ella por una pradera que no ha sido comida por el ganado aún. Su alta hierba tapa grandes champiñones silvestres que salieron con el agua de las últimas tormentas.

Al trote bien aprendido por Andrés, y prestando atención al coche de un conocido que viene por la carretera paralela a nuestro camino, llegamos a un gran charco que inunda el paso. Por su lado izquierdo el reguerillo que lo llena está casi encenagado y los caballos lo cruzan al paso. Al querer trotar de nuevo, una perdiz sale con toda su fuerza de un trigal asustándonos a los cuatro.

No vale dormirse, Andrés, comento.

A nuestra izquierda la vegetación que rodeaba la fuente Peral está quemada. Del incendio, seguramente provocado, sólo se han salvado algunos sauces jóvenes.

Las piedras salen de entre la hierba de la senda por aquí. Más allá, cerca del pueblo, el camino arenoso y duro comienza a subir desde un sauce grandote que separa nuestro sendero de otro que se aleja hacia el Oeste. Los olmos rodean la iglesia vistiendo su base con troncos muertos y nuevos retoños.

Ascendiendo llegamos a una charca casi sin ranas. Por su lado derecho seguimos y driblamos a unos arbolucos, plantados el año pasado y medio secos ya este año algunos.


Me sitúo por encima de la Poza, en una pelada repisa de tierra arcillosa, esperando a Andrés. En el agua serena distingo centenares de bermejillas y tencas soleándose. Mostrándoselas al compañero, le digo: Otro día a pescar ¿vale?.

Entre una torreta metálica de corriente eléctrica y un prado vallado seguimos hasta ver las cuadras. Para evitar un sembrado alcanzamos el asfalto, cambiando de dirección hacia él.

Al llegar dice Andrés: Después de montar a caballo.

Yo no entendí. Que después de montar me iré a pescar. Sentencia mi amigo.

En el patio detenemos a los animales. Andrés, con atención, me ve desmontar e imitándome, desciende de su caballo, ensayándolo con una excesiva agilidad provocándose seguramente algún calambre.

Con los dos pies en el suelo se da cuenta que una hora y media en la montura le han entumecido ciertas partes del cuerpo.


Con su agilidad, Poco le costó desmontar; su mano izquierda agarró la crin y después de sacar los pies de los estribos, solo inclinándose un poco sobre el cuello del animal le sobro destreza para elevar la pierna derecha por encima de la grupa, pasarla al lado izquierdo del caballo junto a la otra y descolgarse hasta el suelo con los dos pies mas o manos juntos. Luego pasó los ramales por encima de la nuca del caballo cooperante y lo llevo con su diestra hacia la cuadra imitando mis andares y mi experiencia.



lunes, 13 de julio de 2020

Los caminos del sosiego, Capítulo 1: Al cerro de la Horca


Continuando con el relato que comenzamos hace unos días, del libro Los Senderos del Sosiego, escrito por César Águeda, hoy compartimos el primer capítulo del mismo donde disfrutamos de la descripción de una ruta por caminos y paisajes de la zona, y las nociones básicas de equitación que el maestro va narrándonos a los lectores y explicando a su novel acompañante.

Sin más dilación, subimos el telón....


AL CERRO DE LA HORCA

A mi novato compañero, le ayudo a subir a un caballo bajito, con buen carácter y que lo llevará con un vivo paso cómodo, detrás del mío. Le coloco los estribos, pecando un poco de cortos, para que le dé más seguridad cuando comience a trotar.



Después de aconsejarle que se siente recto sobre lo más hondo de la montura, pongo las riendas en sus manos para enseñarle a sujetarlas: primero, pinzándolas con el dedo índice y el pulgar; y luego agarrándolas con los demás dedos, hoy sin usar el meñique.
Has de sentir la boca del caballo en tus manos, mediante las riendas, le digo. Si quieres que te lleve el caballo hacia la izquierda, tensas el ramal de ese lado llevando tu mano hacia el hueso de tu cadera, guiando así su cabeza. Si deseas marchar hacia tu derecha, tiras del ramal de ese lado, de la misma forma que antes lo hicieras con la brida del otro lado.
Para hacer que el caballo camine presiona con tus talones en la barriga de él y relaja un poco tus brazos hacia delante, restando presión en los ramales sujetados.
Para ir más despacio o detener al cuadrúpedo, has de tensar hacia tu ombligo, con suavidad las dos bridas al mismo tiempo, con la suficiente fuerza pero sin brusquedad.

Lo hace bien, está en marcha y dará unas vueltas en el picadero, mientras voy por mi caballo, ya ensillado e impaciente en su cuadra.
Antes de salir al campo, le mando detener a su caballo y hacerle marchar de nuevo, cosa que consigue con facilidad.
Encontramos en la luz de la calle la carretera que viene de Fresno de la Fuente, y la tomamos hacia Grajera, atravesando el pueblo con rumbo Sudeste y viendo el Pico del Lobo en lo más alto de la Sierra.
Al dejar las calles que separan las casas desparramadas en el cerro, descubrimos a nuestra derecha el rollo o picota, bien conservado aún.
Cruzamos el asfalto negro que viene de Boceguillas y va a Pajarejos, dejando el cementerio y la ermita ruinosa que yace a su lado, en la praderilla verde, de ese lado.
Del río Seco obtienen agua, las raíces profundas de los sauces y los chopos rumorosos. Llenan el cauce las junqueras, las zarzas de mora y las adelfillas pilosas, regañadas por un par de ranas camufladas.



Por el puente sin barandilla cruzo el reguero, seguido por el caballo de mi alumno, que controla su velocidad como le expliqué. Ascendemos por el camino motonivelado hacia el monte de roble, dejando a la izquierda los lavaderos hundidos entre las junqueras abundantes y el deposito redondo clavado en el lado izquierdo.
A la derecha vemos activos rosales de perro y agitadas zarzas frondosas que custodian la entrada del camino blanco que va a Aldeanueva del Campanario.
Molestados por el viento, incomodo, para los caballos y para nosotros, llevamos un trotecillo ligero, que machaca a mi elástico amigo paciente.
Se convierte la senda en unas arcillosas marcas en la hierba cuando, entre las matas del monte bajo, se meten, ascendiendo a la vez, por la cuesta horadada por el agua pertinaz.
Al paso llegamos cerca de la rebosante charca, hoyada en la Cañada real Soriana Occidental, de la que se eleva la cigüeña esquiva, mirando desde lo alto su llana extensión alargada.
Desde allí, partimos con rumbo Sudeste hacia el vértice geodésico que erguido, yace sobre el cerro de la Horca, eludiendo espinos y matas de robles que estorban el paso de los caballos.
Detenemos los caballos en la cima de 1038 metros, visitada en la mañana también, por los conejos tímidos, que dejaron sus muestras, en el borde de la barranca rojiza.



El ancho horizonte circular nos enseña la nitidez de los colores serranos atraídos por la transparencia del aire templado, que mueve las espigas raspudas de las cebadas espigadas.
Los trenes pasan cerca de aquí por la monótona vía férrea casi jubilada, por los viajeros apresurados, así como la cañada inútil, por la falta de trashumantes.
Los colores pálidos de los retoños del roble tiñen los alrededores de lozanía. Entre ellos cabalgamos buscando la senda pintada en la cañada Real y que, hacia el Oeste, nos encamina hasta hacernos cruzar la carretera que va de Sequera de Fresno a Grajera.
Desde aquí no vemos los pueblos rodeados por las Sierras de Pradales, Somosierra y el macizo de Ayllón, que nos mostraba el cerro vacío, colocado en el centro del nordeste de Segovia, discreto.
Vamos puliendo, la postura del nuevo jinete, que me pregunta por la forma de evitar los botes cuando marchamos al trote.
Has de relajar tu cintura, después de sujetar los estribos con las puntas de los pies distendidos. Así la cadera sube y baja, pegada a la montura, sin que tus hombros, se zarandeen, teniendo como bisagra tu talle elástico.
A un no lo consigue, sus rodillas no bajan lo suficiente y adelanta un poco sus pies buscando el apoyo en los estribos consiguiendo rebotar en la montura a cada tranco.
En la cañada, trotamos por la pradera manchada de flores blancas, libradas de las pisadas que marcaran el carril dividido en Terradillos; de donde dicen los archivos, que vivieron hombres en casas hechas de tierra.
o lugar de juncos, mientras nosotros, por el sedero que se ramificó hacia la izquierda, vamos metiéndonos entre independientes macizos de plantas leñosas.
Acuden otras trochas desde la cañada relegada en demanda de la dirección que llevamos, para ahorrar pisadas a los pies o vueltas a las ruedas abrasivas del prado tierno.
Busca la real vía de los trashumantes al termino municipal de Bercimuel Por el cordel de ganados acudimos despacio a los arrabales del robledal, desde el que vemos las casas del pueblo alzado, mas allá de la carretera rápida que viene de Boceguillas y pasa, por donde posamos durante un momento nuestras miradas. Los tejados de Pajarejos vienen, por la transparencia de la tarde, a confirmarnos la distancia corta que separa los pueblos de esta desparramada comarca.

Al descender por el camino blanco, marchamos al vivo paso que marca mi caballo tordo, seguido por el alazán menudo, del joven con afición.
Por el camino le nombro las distintas partes del animal que nos porta.
En el puente Nuevo, llamado así desde que lo fue. Hace muchos años, Andrés, que así se llama mi amigo de nueve años, pone al trote la voluntad de su caballo, para ascender hacia la eras, ocupadas por la presencia del frontón y unas naves almacén que nublan las piedras lamidas, del salegar.
Quedó en el hondo, el agua limpia que viene de Fresno de la Fuente, por el arroyo de la Rotura. Y ya en las cuadras, miro yo cómo a las piernas atrofiadas de Andrés, les cuesta obedecer sus ordenes.

Otro día mejorará el trote sentado, marchando sin estribos, por ahora es suficiente, montar a caballo es un deporte de los mas completos y la montura no es una cómoda butaca inmóvil.
A este movimiento se tiene que acostumbrar el cuerpo, paulatinamente, para no machacarse en exceso y poder trasformar a la persona en jinete, sin que casi sé de cuenta su mente.


martes, 7 de julio de 2020

LOS CAMINOS DEL SOSIEGO - Introducción


Iniciamos con ésta una serie de entradas que vendrán a ir compartiendo los 11 capítulos que conforman un libro publicado, hace algunos años ya, en el que se exponen rutas a caballo por los parajes del Nordeste de Segovia, con salida en el Centro Ecuestre La Hípica, en Grajera, puesto que el autor de dichos relatos es César Águeda, director y responsable de dichas instalaciones. 

En este libro, que iremos publicando cada semana hasta llegar a su final, además de los sederos a los que hace mención el título se explican técnicas y mañas del manejo del equino, con un estilo cercano y sencillo, y con un léxico tan humilde, a veces, como complejo otras.

Sin más, aquí va la introducción que precede al relato de "Los caminos del sosiego":


A CABALLO, POR LOS PUEBLOS SERENOS.

Dejando a un lado parte de mi mucha pereza, hoy, un día de lluvia, comienzo una idea que me anda rondando.

Desde mi experiencia, nunca excesiva, en el manejo de los caballos y desde mi quehacer, como guía ecuestre. Voy a tratar de introducir, a las personas que me lean: inicialmente, en los paseos cortos a caballo, aprendiendo a manejar a éste, para más adelante estar preparados y hacer rutas más largas que nos lleven a conocer los campos que hicieron a los pueblos de esta comarca, tan interesante y tan aparente para la practica de esta actividad, que ahora sé llama turismo ecuestre.

Pretendo, primero hacer y luego describir el recorrido, contado los pormenores del viaje desde antes de subir en nuestro medio de transporte.

También os hablaré del equipo aconsejable para cada paseo, de los caballos y de cómo han de manejarse, del itinerario que seguí; para que cualquier otra persona aficionada al campo, con su cabalgadura, bicicleta de montaña o con ganas de andar, pueda seguirlo, descubriendo las curiosidades que yo viera, además de otras.

Comenzaré con paseos de una hora; así los futuros jinetes, si son principiantes, no sé cansaran en exceso y, si embargo podrán ir asimilando las lecciones de equitación, que les iremos impartiendo por el camino.

Las rutas partirán desde La Hípica, que está situada en Grajera, punto bastante centrado en la comarca que me interesa, y, además, con fácil acceso a todas las direcciones y pueblos del Nordeste de Segovia.







>> Continuará... El próximo martes conoceremos el capítulo 1, el primero del libro que esperemos que se disfrute tanto como se disfrutan los paseos a lomo de nuestros compañeros los caballos.

*Las imágenes de esta entrada no son las publicadas en el libro.

lunes, 8 de junio de 2020

Cursos de verano 2020


Ya están listos los cursos de LaHípica para este verano, lanzamos dos propuestas, pretendiendo con ello, llegar a distintas edades, necesidades y oportunidades.

El mes de Julio lo dedicamos a edades adolescentes, con el objetivo de ofrecer una actividad de larga duración (cinco horas al día) que vaya encaminada a satisfacer dos necesidades que consideramos cruciales a estas edades: disfrutar de una actividad lúdico-deportiva de calidad y saludable y asentar o incorporar contenidos académicos que, debido la situación covidiana vivida, hayan sido poco trabajados o haya necesidad de recuperar en septiembre.

Por las características propias de la edad, las personas adolescentes transitan por procesos emocionales determinados que hacen complicada la convivencia con las responsabilidades académicas que tienen y sus necesidades socio-afectivas. El caballo por su naturaleza, y todo el mundo de los cuidados parejos a él estando en cautiverio, las pautas a interiorizar para la comunicación con él, la disciplina necesaria para aprender los conceptos técnicos, y la relación con un grupo de iguales, es lo que, desde nuestro centro ecuestre, podemos ofrecer para colaborar en la formación de las personas adultas que serán quienes ahora tienen entre 14 y 18 años.  Además, aportando dos horas al día dedicado a trabajo académico, colaboramos con la importantísima conciliación y carga familiar que estos menesteres supone.

El horario de estos cursos será de 8:30 a 13:30 horas, de lunes a viernes, pudiéndose apuntar las semanas*:

  •           De 6 al 10 de julio.
  •       Del 13 al 17 de julio.
  •           Del 20 al 24 de julio.
  •           Del 27 al 31 de julio.

*Pueden apuntarse una semana, dos, tres o las cuatro.

Marta Barrio, ya conocida en estas páginas del blog, con titulación en Educación Social, Psicopedagogía, Equinoterapeuta y con trayectoria en campamentos y eventos similares, será la encargada de la intervención socioeducativa en este curso.



El mes de agosto, los cursos se lanzan para edades de 8 a 12 años, con características ya conocidas de años anteriores, con el objetivo de ofrecer un curso de introducción al mundo ecuestre. El horario de estos cursos será de 10 a 13 horas, de lunes a viernes. Pudiéndose apuntar en las siguientes fechas:

  •           Semana del 3 al 7 de agosto.
  •           Semana del 10 al 14 de agosto.
  •          Semana del 17 al 21 de agosto.


Todos los cursos tienen plazas limitadas así como un mínimo necesario de participantes para llevarse a cabo, cumpliendo así con la atención personalizada que ofrecemos y con las medidas impuestas dada la situación generada por el Covid 19.

Después de tanto confinamiento, de contactos contados, de lecciones por ordenadores, igual es el momento más que nunca de generar espacios y tiempos de aprendizaje real.


… La vida, aun llevando mascarilla, es una maravilla…




lunes, 18 de mayo de 2020

En marcha con la desescalada


Todo camino, por largo que sea comienza con un paso. Desde La Hípica vamos a iniciar el nuestro, después de todo este tiempo confinados.

Grajera ya ha pasado a fase 1 por lo que podemos ir empezando, con ciertas restricciones, nuestra actividad laboral en las instalaciones del centro ecuestre La Hípica.

Actualmente, solo podrán acceder a nuestros servicios de rutas ecuestres y clases de equitación aquellas personas que residan en municipios que se encuentren en Fase 1, también.

Sólo pueden acceder a nuestras instalaciones personas que hayan reservado su hora y cerrada, así, su cita previa.

Además, como centro de actividades de turismo activo hemos recogido una serie de medidas de seguridad como son:
  •          A las cuadras no estará permitida la entrada de ninguna persona ajena a la dirección del centro y/o profesional responsable de las actividades ecuestres llevadas a cabo en el centro.
  •        Será obligatorio el uso de guantes y mascarilla.
  •       No habrá rutas ni clases seguidas para el mismo caballo, pudiendo así, desinfecatr los          equipos entre un uso y otro.
  •       Se realizarán salidas al campo, no clases en las instalaciones (picadero cubierto).
  •      El espacio de taquillas y vestuario quedará cerrado.
  •        Se respetarán las medidas de seguridad en relación a la distancia interpersonal.

Para más información, para reservar hora y para cualquier consulta, pueden ponerse en contacto con Ángel Águeda: 696 613 777


Las actividades que realiza Marta Barrio, en nuestras instalaciones: intervenciones asistidas con caballos tanto de equinoterapia y como de coaching con caballos, también se integran en esta primera fase.